Aquí, el barro ascendiendo a vértice de llama,
la luz hecha salmuera, la lava del espíritu candente. Aquí, la tiza delirante de los cielos polvoreados de cortadas nubes, sobre las que se vuelcan en remolinos o de las que penden, agarrados de un pie, del pico de un cabello, o del cañón de un ala, ángeles de narices alcuzas y ojos bizcos, trastornados de azufre, prendidos por un fósforo traído en un zigzag del aire. Una gloria con trenos de ictericia, un biliar canto derramado. ¿De dónde este volcán que arroja pliegues, que arruga y desarruga el fuego, que es capaz de hacer líquido el rayo y de escorzar la voz de las tinieblas? ¿De dónde, aquí, hacia dónde el lagrimal torcido de coagulada lágrima casi en gota de lacre, el devorado manto, el tiritante traje tenebroso, tinto de un vino tinto de la tierra, abrasando los cuerpos en invasión contra los deslumbrados rostros o desceñidas manos frías en puntas aspirantes a alas? ¿Qué es este evaporado, ciego aliento, este vaho desprendido que achicharra, esta lumbre incesante que hiela? Lívida turbación, anhelo consternado, ansia verde, amarillo frenesí, larga, desalentada, pálida lengua sola. Tocad y sentiréis que los brazos os cantan, os elevan, diluyéndoos el peso, arrebatándoos de gloria enlodazada o infierno transparente. ¡Oh purgatorio del color, castigo, desbocado castigo de la línea, descoyuntado laberinto, etérea cueva de misteriosos bellos feos, de horribles hermosísimos, penando sobre una eternidad siempre asombrada! |
A la pintura
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